Pintar estrellas

Noches en las que dibujaba estrellas al no poder conciliar el sueño,
y las plasmaba en folios
con una tinta lúgubre,
y pensaba acerca de los pensamientos poéticos que tenía cuando cerraba los ojos
rendida por el cansancio,
y rabiaba por ello,
porque se sentía consciente de que con el despertar y la vuelta a lo mundano
se acababa esa belleza,
esa que la visitaba en pocas ocasiones.
Pocas veces, la verdad, la extrañaba entonces,
pero no se olvidaba,
y volvía a rabiar cuando el sueño le pesaba,
sobre todo
cuando llegaba la noche en la que se podía permitir dibujar estrellas,
porque las palabras con las que contaba las tenía atragantadas en algún
rincón de su cerebro,
en obras contra la putrefacción nocturna,
en lucha contra la putrefacción diurna,
con la luz roja,
como si se tratara de un burdel o una puta de servicio,
vendiendo lo que se le escapaba por las manos en forma de sensibilidad…
Dibujando estrellas, por no soñar…
Conciliando el sueño, por no morir…
Poema sin fin y verso sin rima,
desgracia de autista que se desahoga entre el bullicio,
dudosa del presente,
vividora del pasado,
como existencialista ahogada en alcohol,
asfixiada en cigarros,
flotando en una bañera de espuma salada de donde nacen diosas que se lucen ante los hombres,
como azotada por un disparo incierto e inequívoco,
justo en el centro,
allí donde más duele,
con una sonrisa incrédula que desconcierta a la gente que habita en cuartos oscuros,
con prendas deformadas,
hilos que no combinan
y las patas de una araña que teje su propia trampa,
conduciéndola a un final autodestructivo.
Y se sorprende de su propio léxico,
que malsuena y repiquea,
como gotas en un alfeizar,
que relajan y molestan.
Donde huele a sucio y se convive con ello con indiferencia,
dando patadas para ocultar bajo la cama los secretos del corazón
arrugados en folios,
allí,
donde huele a mierda pero se siente con pureza,
los recuerdos de la infancia se van haciendo viejos…
Sí, donde dibujaba estrellas y las creía fugaces,
y les pedía deseos que nunca se cumplían,
porque al día siguiente se volvía a podrir en la cama,
esa que iba adoptando la forma de su cuerpo,
cada vez más ancho y curvilíneo,
y el peso de su cabeza deformaba la almohada
donde se ponían en reposo los pensamientos…
A veces deseaba que su cabeza dejase de pensar,
se volviese sorda y ya no oyera más,
pero como mucho la agotaba y lo hacía más lento.
Y así acabó de nuevo,
dibujando estrellas sobre un papel cuadriculado que poco entendía de belleza,
y los ojos se entrecerraban lentamente contra su voluntad,
y de nuevo le asalta lo que de día,
le producía insomnio…
y sin terminar su obra soñó,
con pintar estrellas…

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