Diecinueve-treinta

Alrededor todo cae como lluvia y mariposas que, débiles, agotan sus últimas gotas de vida mientras aspiro la calada de este cigarro negro y maloliente. Entre gritar en silencio o sentir la voz quebrar entre mentiras débiles, o cómo todo se engancha a una tela de araña superflua y aquejada de una estación del año pasado, elijo la peor. Me voy quedando sin hojas y todo suspenso al candor de un mero error de paralaje, las madres sollozan juntos a sus carros y los niños se tostan al sol. Ellos hacen fotos cuando amanece y ellas sólo quieren dormir todos los sueños atrasados, con miles de litros de agua agolpando tras los párpados, maquillados, y la sal flotando inerte en el grifo de un viejo bar de carretera. Todos los carteles mienten sobre las fechas, la caducidad de la soledad que apremia, la sonora ruptura de una puerta cuando todos los cristales esparcen la mierda de días sentidos atrás, con las cajas de zapatos agolpadas sobre los armarios adoptados de una a otra generación. Zapatos, ropa, soledad... ¿Dónde se esconde el problema? Tal vez, creo, en los poemas que han escrito los borrachos. En las gafas de sol que esconden los golpes de horas anteriores, mi mano buscando el botón de la perfección en la cabeza de algún misántropo oxidado, todo lo pasado de moda, la estúpida obsesión y las ganas de gritar que no quiero que se vayan. No quiero, no, no quiero... Y las claves de sol, estúpidas, desobedecen a las pestañas que dirigen. Las chicas vestidas con blusas de flores, redundantes entre el odio y la más profunda admiración. ¿Me quieres? Responde, ¿me quieres? No dices nada... El otorgamiento del silencio es punzante, los ojos curiosos desgarran la poca intimidad de las articulaciones que se mueven, como si fuera una romántica de las de entonces, de las que ya no quedan. El pulso, cayendo. Ellos digieren, ellas vomitan. Las guitarras, los naufragios, las visitas. El ego, el trasfondo de nada.

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