Yohji


Cuando cerré los ojos escuchaba una canción de Portishead que tú habías puesto, pero pensaba en el jazz, en sábanas blancas en fotos con mucha, mucha luz. Y de repente estabas ahí, sin rostro. Tu amplia cama me acogía cuando los rallos del sol se me pegaron a los ojos, por las rendijas, como en un sueño mullido en un trozo de algodón, hasta que oigo el sonido rallado de una aguja al ponerse en contacto con el disco. Mi vista va a sus vueltas hasta que aparecen tus pies desnudos sobre el suelo de madera. Te sientas a mi lado, me despeinas. Has traído el desayuno a la cama, fuera hace frío. Es la primera vez que nos miramos. Desconozco tus ojos, pero reconozco tus palabras. Me himnotiza el deje de ese acento catalán y esa pila de discos clásicos. Hablas, me alimentas. Acabo de darme cuenta de que has traído margaritas blancas, ¿cómo lo sabías?

Nos tumbamos boca abajo, miramos por la ventana y fumamos en silencio. Chopin y tú. Todo es pulcro. Tú exhalas el humo. De repente creo que siento paz, como en tus fotos. Mi antifotofobia se confirma. Escribes mensajes con tu dedo en mis piernas. Volvemos a hablar. Nos miramos a los ojos. Entre los tuyos y los míos hay una perfecta combinación opuesta en los colores. Pestañeo y ha aparecido tu vieja Minolta. Me miras a través de ella. Noto como si mi pelo creciese hasta mi cintura de repente. Y vuelan mis dedos entre las sábanas... Abro el baúl que hay al lado de tu cama. Hay unas muñecas rusas. Tú disertas sobre ellas. Yo introduzco un mensaje en una botella dentro de cada una de ellas. Descongelará Rusia, y entonces, las encontrarás. Y un rayo de sol...

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