La noche que me visitó Peter

Ha llovido durante todo el día y he pensado en sentarme en el alfeizar durante miles de instantes. El teléfono ha roto en algún momento que otro la tranquilidad que azotaba un zulo convertido en manifestación artística, vomitiva o gratificante, a saber de qué se tratan las cosas que salen despedidas de los disparos.
De repente la ventana está siendo tanteada, quieren entrar. Está sonando una nana en el interior de la habitación y hacía mil años que no cerraba los ojos para encontrar simplemente relajación, que se quiebra sin más con alguien con cara de niño y ojos profundos sentado sobre ese alfeizar sucio. Está calado y me mira con una cara mezcla de la tristeza, la niñez, el frío, el agua. Nos hemos mantenido la mirada durante treinta segundos, hasta que ha decidido agachar la cabeza y comenzar a tocar unas notas sobre las cuerdas de su guitarra de madera, vieja, y yo he vuelto la cabeza para que no viese como una lágrima caía sin remedio alguno. Me he sentado en la cama para escucharle. Ha cantado mientras la lluvia lo empapaba y sólo me ha mirado al final de su réplica convertida en notas. Se ha quejado, me ha contado cosas como que sólo tiene diecisiete años. Que no quiere crecer. Que está enamorado y escribe canciones para llamar la atención de esa chica. Que le dan miedo los adultos, él prefiere a los niños adultos perdidos. Que es algo yonqui.
He querido abrir la ventana para que pasara y me ha dicho que no, el cristal nos protegía al uno del otro, al que no quiere crecer con la que no quiere que crezca. Las simples contradicciones que en el camino a la madurez te abren los ojos y te aferran un poco más a la niñez perdida, a los juegos de palabras que conducen a ningún lugar, a Nunca, a Jamás. A veces ha sobrado con mirarle a los ojos para ver su interior, está tan perdido como yo. Él escribe canciones sobre sus descubrimientos, yo deliro sobre ellos.
Como si en el cuento Peter pidiese a Campanilla que no lo guiase más, que no lo dopase más, que no lo celara más, “no abras la ventana”, no nos contaminemos mutuamente, dejémonos ser así, volar así, morir lo pueril.
Ha vuelto a sonar el teléfono y lo he estampado contra la pared de donde cuelgan ideas. Cuando me he girado ya no estaba. He sentido miedo. Tal vez sea un extraterrestre y él no lo sepa…

¿Hacia dónde vuelas Peter?

2 comentarios:

Chet Casey dijo...

Este chico va a dar mucho de qué hablar. Me alegra ver que inspira, además de estar inspirado.

Arriba Peter Panic!

R. dijo...

Hacía mucho que no me pasaba por aquí, pero la verdad que tengo los blogs bastante olvidados (hasta el mío).
Lo cierto es que leerte me recuerda que no tengo que dejar esto tan de lado. Me ha encantado el relato, y la música de Peter Panic.
Un besazo.