Quince segundos

Han pasado las doce y parece que el cursillo sobre cómo dejar de querer ha doblegado sus hojas ante un inservible epígrafe que habla del destino. La nitidez es diferente, al igual que parece que cuando pasa la medianoche los violines están vivos. Y te callas y no dices nada porque todo está demasiado condensado, como lo dulce en una caja a presión que termina dándose a la putrefacción. Son las mil maneras de dejar de querer cuando se llega al punto de querer dejar de hacerlo a conciencia, como en reiteradas ocasiones posteriores, como en futuras y venideras que no traerán más que nuevos quebraderos de cabeza. Y tiras a volar algún pájaro de papel desde tu ventana y ves que lo que no puede ser nunca será, que lo inanimado es cómplice del viento durante unos instantes, meras casualidades que suben como en una montaña rusa hasta terminar llegando a un posible triste final… y ya no vuelva a volar. Y el libro mojado, del que sacaste la página que se convertiría en animal sin ánima, la tinta que corre a su libre antojo, la historia de una mujer loca que viajaba en un tranvía llamado Deseo… Eso tan inverosímil como las mil maneras de querer dejar de querer cuando no se encuentra el hilo del que tirar. Y se hace el silencio, y guardas temeroso a que llegue de nuevo esa curva que conduzca a alguna parte. Piensas en un corazón que late lento y cada vez más débil, la rabia se convierte en nombre propio, pasas diapositivas escritas por inútiles y te parece que de nuevo los silbidos y suspiros han llegado. ¿Falsa alarma? Las manos a la cabeza, el sueño invadiendo los ojos. De repente es como cuando era una niña y era teletransportada a la cama, todos los días renegando con los párpados como losas. Un ritual infantil que permitía ver luces de colores al apagarse la luz, ahora plasmado en algún objeto pop-art, en alguna fotografía expuesta en una ventana, a la luz de esa lámpara rota que alumbra mi nicho, el aspa de un avión adquirida de modo casual, mis fetiches y el primer desnudo en blanco y negro. Algunos desnudos son fríos, pero no si se acompañan de humo. Y humo tiras mucho, muchísimo… Temiendo el momento de suma intensidad en el que todo estalle y ya no se quiera más realmente, ya lo decía ella, “ten cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla”. Y no es reiterado, ni pasivo ni metálico, simplemente es la voz interna que renace de lo más prematuro, aunque sea utópico y desleal que surja pasada la medianoche, de voces desgarradas, de reflejos lejanos, de juegos de lego que pasaron a mejor vida. Y tras el huracán llega la calma, es el momento en el que estás dentro y no respiras por temor a empeorarlo. Qué más da, cuando todo está perdido nada hay que ganar, cuando no se quiere querer a quien se ha querido los violines dejan de ser violentos, la historia termina… Atenta, que llega: duérmete niña, duérmete ya…
(Acompañando)

2 comentarios:

Cohen dijo...

Ser alguien no ser alguien, al final todos morimos solos.
Cuando el humo desaparece solo quedaran las piedras en el camino y otra fotografía en blanco y negro que tanto odiaras.

Great Weekend!

Anabel Juan dijo...

me encanta...es tuyo?
es realmente bueno. Y esta parte no me ha podido gustar más...
"Y tiras a volar algún pájaro de papel desde tu ventana y ves que lo que no puede ser nunca será, que lo inanimado es cómplice del viento durante unos instantes, meras casualidades que suben como en una montaña rusa hasta terminar llegando a un posible triste final… y ya no vuelva a volar."